Yo era rígido y frío, yo era un puente y estaba tendido sobre un barranco. La noche aún no era misterio y las luces sólo poesía. Quise un río y me otorgaron la turbia humedad. Nada en el pasto, que se extendía hasta el sol, era tan callado como el agua.
Hubo jinetes saltando sobre mis manos. En galopes violentos llegaron hasta mí. Donde yo gritaba una oración sin puntos nacía el sol en algún lugar. Era el lugar de las luciérnagas, de las hojas heladas y las primeras mañanas que se conocerían.
Los amigos nacen sobre una luna llena de vicios y sed.
Cuentan que un útero parió unos ojos que no querían abrirse. Su lengua escapaba de sus labios como una serpiente filosa. Su madre gritó a las nubes. Ellas se fueron. Nunca será igual, el cielo de ayer, ni las nubes de hoy.
Sonidos imperceptibles caen como gotas desde un sueño. Cuelgan de él imágenes de un niño que corre hacia las montañas. Están en sus ojos los venenos que busca una mujer.
Un mono solitario toca una campana. Bajo mi cuerpo hecho paso corren rumores de muerte. Largos cabellos de una mujer se enredan entre mis dientes.
En mis entrañas descansa una oración sin puntos. En mi boca crece su sabor. No hay señuelos en los bordes dónde descansan sus palabras. Crezco hasta tocar el agrio resplandor del odio.
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